Una camisa, dos pares de zapatos y un cinturón. Y algo semejante a la felicidad me hincha el pecho. Después, el agotamiento tras un día de compras hace resurgir el vacío. No hay amigo, ni ser viviente alrededor con quién compartir esa parodia de alegría, ni con quien ser realmente feliz.
Enciendo el televisor. Programan una serie llamada “Filosofía para ser felices”. Hablan de un tal Epicuro que en el año 341a.C. ya había descubierto las claves de la felicidad. A saber: amistad, libertad y reflexión. Caigo en la cuenta de cómo 2.350 años después, el ser humano, y más concretamente yo, no ha aprendido nada.
A mí alrededor continúa esa carrera veloz por amasar dinero, ser famoso y rodearse de gente. Sólo mucha gente, nadie habló de amigos. Yo mismo participo en esa competición algunas veces. ¿Cuántos “amigos” tengo ya en mi cuenta de Facebook?
Es la misma lógica de consumo acelerado en todos lados. Te levantas por la mañana y corres al trabajo. Vuelves exhausto a casa. Y reaparecen todos esos personajillos ruidosos, envueltos en dinero y fama dudosamente merecida que viven instalados en tu televisor. No piensas. Sólo miras esa pantomima de excesos y superficialidad que los medios de comunicación han convertido en paradigma de “éxito personal”. Te preguntas, ¿cuánto dinero necesito para ser como ellos? A esas alturas, tantos espectáculos circenses ya te han hecho olvidar el acto de reflexión que recomendaba Epicuro.
hola quiero ser una persona de progreso
quiero prosperar para la humanidad