SABINO MÉNDEZ, ESCRITOR Y COMPOSITOR
Una sombra autónoma y escéptica que siempre caminó al lado de Loquillo. Las prendas que el Rock’N’Roll español debe a Sabino Méndez son impagables. Insospechado, enjuto, apacible hombre, autor de las letras que dieron eternidad a los Trogloditas. Los ojos del barcelonés desprenden la calidez que nunca se presupone a los talentos de su talla. A su pluma le sobra destreza para escribir, no sólo canciones, sino también libros y colaborar de forma eventual en EL PAÍS. Sin duda, la Rock’N’Roll Star de brillo más raro e imperceptible se llama Sabino Méndez.
P. Aparte de componer y escribir, ¿actualmente actúa?
R. Casi todo mi tiempo lo dedico a escribir. Es lo que más me llena y más me complace. Toco un poco en casa cada semana pero es poco, con lo cual he dejado de estar bastante en forma como ejecutante (una forma que nunca fue nada del otro mundo). Un par de veces al año me pica el gusanillo de subirme a un escenario y, para mi suerte, nunca faltan amigos músicos que me invitan. Sin embargo, me estoy planteando incluso dejar de hacerlo porque generalmente me gusta hacerlo medio de incógnito y como amiguete y, las últimas veces que lo he hecho, le han dado más publicidad de la que desearía.
P. ¿Cómo fueron sus inicios? ¿Eligió el Rock’N’Roll o él le eligió a usted?
R. Lo elegí yo. Totalmente. Para entenderlo hay que ponerse en el aire de aquella época (1977). Las músicas populares como el rock, el jazz y el pop parecía que iban a ser un lenguaje joven, universal, internacional, que superaría las barreras provincianas de las naciones. A mí me gustaba escribir y los escritores entonces eran señores muy serios que, o bien parecían ricachones desocupados, o bien tipos de clase media embarcados en una carrera de hacer méritos frente a la crítica como funcionarios que opositaran al premio Nobel. Frente a todo ese panorama, y sin ganas de entrar en ese sistema, el Rock’N’Roll permitía dedicarte a hacer el aprendizaje de la escritura dentro de un contexto más joven, más prometedor y más divertido.
P. ¿Cómo se definiría a sí mismo?
R. Un escritor vocacional, un lector compulsivo, un ácrata apacible.
P. ¿Ha tenido el reconocimiento que merece por su labor como compositor?
R. Sí. No me quejo. Me siento bien tratado. No deseo homenajes multitudinarios.
P. En su libro Corre rocker describe los 80. ¿Qué extraña de esa época?
R. Una cosa que era en parte buena y en parte mala: la incertidumbre. Hoy en día, esa época de lucha por las libertades y transición a la democracia se ve como una cosa muy lógica y tanto se dicen tonterías enormes sobre ella, como se cuentan mentiras desorbitadas. Pero lo cierto es que nadie estaba seguro de que todo aquello fuera a salir bien o a torcerse finalmente en el último momento (ahí está el episodio del 23-F). Así que esa incertidumbre provocaba a veces actitudes de una audacia, una sinceridad, una valentía, una amplitud de miras, una libertad y una provocación impensables hoy día. Pensabas que, si finalmente todo pudiera acabar mal en una nueva dictadura, te llevabas por delante al menos todo eso que habías vivido en libertad. Afortunadamente, todo acabo bien. Soy muy consciente de que, de no ser así, hubiera sido muy difícil que hubiera vivido la vida libre que en todos los sentidos (ideológico, laboral, sexual) he podido disfrutar.
P. Escribió Sol, canción que Loquillo canta en Balmoral. Hay un abismo entre esta canción y Autopista, Siempre libre, o El país te necesita, por citar algunas. ¿Se le ha curado el inconformismo?
R. No. Sigo suscribiendo las letras citadas. Obviamente, no voy a repetirlas porque ya están hechas. Tengo otras que ahondan en esos temas como Bandera y otras como Sol que hablan simplemente de la posición del artista en el mundo. No hay que olvidar, de cualquier manera, que esa canción es la elección de José María Sanz (Loquillo) entre todo el abanico de muchas otras canciones que le presento cuando me ofrece la posibilidad de volver a colaborar juntos.
P. Parece que el Rock’N’Roll siempre ha estado apegado a la irracionalidad, los excesos y una estética de cuero y tupés. ¿En su caso el mito es cierto? ¿Lo fue?
R. Sí. Y escogido voluntariamente. No creo que el rock sea únicamente representante de la irracionalidad, pero sí que la música es una de las disciplinas que, a través del sonido, más nos ayuda a contactar con nuestra parte emocional, más animal. Fíjese usted como se encogen los perros cuando escuchan un trueno. Pienso que esa parte debe estar siempre sometida a nuestra parte racional porque, al fin y al cabo, es la razón lo que nos salva siempre a los humanos de la muerte por violencia. Ahora bien, al someter a esa parte irracional corremos el peligro de pretender también negar su existencia. Y, en ese sentido, las músicas (y en concreto las músicas muy primarias y efectivas como el pop y el rock) creo que cumplen una saludable función para ponernos en contacto con esa parte y conocernos más a nosotros mismos.
P. Yo para ser feliz quiero un camión fue uno de los primeros éxitos de Loquillo y los Trogloditas. ¿Qué piensa ahora de ella?
R. Es un chiste divertido, con doble sentido. Sigue sonando muy fresca y muy irónica, casi sarcástica. Le tengo mucho cariño porque es una de las que más dinero me ha dado. Me alquilan muchas veces la melodía para publicidad. Ese dinero me ha permitido estudiar muchas otras cosas que no dan dinero y a las que difícilmente hubiera tenido acceso dado mi origen social. También me ha permitido comprar libros, viajar, disponer de mi tiempo para el estudio y la escritura, etc.
P. Escribió casi todas las canciones que hicieron famoso al grupo. Algunos le ven como el alma de los Trogloditas manifestada a través de la voz de José María. ¿Qué opina?
R. A mí es que el alma, tomada así literalmente, me parece una superstición enorme. Creo que lo que hicimos José María y yo fue una tarea casi teatral: crear un personaje que representaba muy bien las preocupaciones y anhelos de los jóvenes masculinos de aquella época, lo mismo que hizo Alaska para las chicas y Almodóvar para los gays. Ese personaje, que nunca hay que confundir íntegramente con José María Sanz o conmigo, lo creamos a medias, dándole él la imagen, el empaque, el carisma y una forma de moverse muy concreta, y yo las palabras y los contenidos. Yo contribuía a veces con sugerencias de imagen y José María con alguna letra ocasional, por tanto la colaboración era estrecha y funcionaba en los dos sentidos. Con el tiempo, se comprobó que para asegurarnos la continuidad profesional, a José María no le quedaba más remedio que interpretar ese personaje a tiempo completo. Mientras que yo, al no estar tanto bajo el centro de los focos, podía trabajar en otras cosas fuera del ámbito musical. Por tanto, no es extraño que, a la larga, él acabara deseando tener el control total sobre el personaje. Me parece lógico. Creo que actualmente lo vive tanto como un regalo y, a la vez, como una condena.
“Ese personaje [Loquillo], que nunca hay que confundir
íntegramente con José María Sanz o conmigo,
lo creamos a medias”
P. Loquillo habla con frecuencia de la falta de espacio que hay en Barcelona para otras corrientes estéticas, ¿está de acuerdo con él?
R. Sí, hasta ahora. Quizá la cosa esté empezando a cambiar. El nacionalismo regionalista que se abatió en las tres últimas décadas sobre la ciudad de Barcelona, dónde nacimos, por la idea rural, provinciana, tradicionalista y purista que tenían los gobiernos autonómicos regionales de la burguesía de la zona sólo permitía una especie de estética jipi, medievalista, de pelo largo, tamborcito y flauta folklórica. Pero las ciudades, a lo largo de toda la historia de la humanidad, nunca han sido eso, sino que han sido electricidad, mezcla, traducción y diversas lenguas y estilos populares en contacto. Nunca purismo. El folklore purista quizá sirva de algo en el campo, pero no en la ciudad que es más ágil, más rápida, más rock, jazz, blues, rap, al fin y al cabo. En la ciudad pasan muchas más cosas, todas a la vez y hay que ser muy rápido para dar cuenta de todas ellas.
P. Barcelona ciudad mostraba un cierto desencanto con la capital catalana, ¿por qué? ¿Este desencanto aún persiste?
R. Bueno, esa es una letra de José María. Yo sólo le puse música, aunque estaba bastante de acuerdo con ella. Era el momento de la llegada de Pujol con sus banderitas y su folklore y nosotros, que acabábamos de ver el final de una dictadura franquista que también estaba llena de banderitas parecidas y folklore pensábamos: “Oh, no. Más banderas y más himnos nacionales y más rollos telúricos y todas esas estupideces vacías por dentro, que no sirven para nada en la vida cotidiana de los seres humanos y cuya única finalidad es vendernos una moto para que les entreguemos el poder”. Nada de eso. El futuro será internacional y no se lo vamos a regalar a ningún profeta barato que se inventa supuestas identidades colectivas para beneficio propio.
P. Los Trogloditas tuvieron y tienen no pocos seguidores, muchos de ellos jóvenes. No todas las letras del grupo son modelos de conducta. ¿Qué opina?
R. Bueno, nunca me he puesto a escribir con el objetivo de ser modelo de conducta. Pienso que el arte está para retratar el mundo y llevarnos a la reflexión ética, no para retratarlo más bello de lo que es y engañar a la gente con ilusiones que les darán problemas luego. Existe la pasmosa superstición de que por observar la representación de un crimen en una obra de arte, el público saldrá acto seguido a la calle con la única idea de perpetrar el mismo crimen. La verdad es que la experiencia contradice esa delirante y melindrosa creencia que es la base de toda censura. Me parece injusto suponer que los jóvenes sean tan imbéciles como para seguir esa línea de conducta por el simple hecho de ser jóvenes. La proporción de cretinos en la vejez, ahora que estoy entrando en ella, puedo asegurar que es la misma que en la juventud que yo pude ver. Lo único que ha cambiado es que ahora, al envejecer, los más cretinos son, por fin, algo más prudentes.
P. ¿El mejor y el peor momento de su carrera? ¿Ser una Rock’N’Roll star le impidió ser o hacer otras cosas?
R. No. Tuve la suerte de dejarlo a tiempo y poder disfrutar de lo mejor de ese tipo de fenómenos modernos a cierta distancia. Al ser vocacional, no pienso nunca en términos de carrera sino de vida. El mejor momento, por tanto, siempre está por llegar (siempre el próximo libro) y los peores uno prefiere no recordarlos para no hacerse mala sangre. Es la mejor manera de disfrutar la vida.
P. ¿En qué estado se encuentra el Rock’N’Roll español ahora mismo?
R. En un estado parecido al del internacional. Su mitología básica ya está cerrada y debe redimensionarse a lo que la gente espera de una música concreta. Eso significa compartir el espacio con otras músicas. Y, a veces, soportar que se nos llene de horteras que por lo menos sirven para que tengamos en cuenta el enorme vitalismo e inmediatez de esa música.
P. ¿Cuáles son las causas de actual estado de la música en España? ¿Cómo pueden proliferar fenómenos como OT?
R. Por la misma razón que la gente se compra un sofá de tres mil euros y en la pared lo complementa con un póster enmarcado de ochenta en lugar de moverse por las exposiciones de pintura, ahorrar, y complementarlo con alguna obra de mil euros de un artista novel de su ciudad que les guste. Ese desfase, en el que pocos se paran a pensar, es una lógica industrial que quiere sacarnos todo el jugo económico y productivo y no dejarnos tiempo ni para ir a las salas de arte que molestamos menos si estamos simplemente produciendo y consumiendo. De nosotros mismos depende aceptar ese funcionamiento o ser más exigentes.
P. ¿Un grupo novel que le guste?
R. Me gustaba Señor Chinarro pero no creo que se le pueda ya considerar novel a estas alturas. Me gustan los Tigerlillies y, pásmense, Miko. En mi ciudad de nacimiento hay un tipo muy interesante que se llama Le Petit Ramon. Canta en castellano, inglés y catalán con incursiones en francés e italiano macarrónico si se tercia. En realidad se llama Ramón Faura y es tan barcelonés como yo. Y en Madrid está Javier Colis y sus canciones eléctricas y raras. A esa clase de locos es a quién me gustaría que perteneciera el futuro, con permiso o sin del señor Obama.
P. ¿Cuál de todas sus canciones dice más para usted? ¿Por qué?
R. María. Por razones personales.
P. La Mataré es una canción muy controvertida y hoy en día censurada, ¿en qué se inspiró para escribirla?
R. Quise retratar un episodio de malos tratos para investigar que emociones hay en la mente de un maltratador. Para mi sorpresa, tuvo mucho éxito (elegida mejor canción del año 1987). Eso habla de sus capacidades expresivas. Posteriormente alguna candidata al puesto de feminista de guardia (una de esas neo-feministas que ha leído poco y no saben lo que es en realidad el feminismo) ha querido ver en ella una apología de los malos tratos. Desde luego, hay gente que no sabe leer. Pero la canción no ha sido nunca censurada, sino que simplemente ha sufrido intentos de censura, afortunadamente inútiles. Ninguna representante de esa parte más iletrada del feminismo (la que gusta de corear eslóganes y hacerse la heroína incomprendida para luego irse a casa y no hacer nada verdaderamente constructivo en favor ni de la cultura ni de las mujeres) ha tenido jamás el valor de enfrentarse conmigo (el propio autor) en un debate para hablar del tema.
P. Las mujeres no siempre salimos bien paradas en sus canciones, por ejemplo Todo el mundo ama a Isabel. ¿Por qué la femme fatal era un tema recurrente?
R. Je, je…en mis canciones no creo que salgan bien parados ni las mujeres, ni los hombres. La verdad es que no tengo mucha confianza en el género humano: somos entrañables, pero un poco desastres. Somos perezosos, fanfarrones y prejuiciosos, aparte de cobardes frente a lo que no entendemos y crédulos cuando nos conviene para conseguir tranquilidad. Eso vale para ambos sexos. En cualquier caso, si usted lee con atención la letra de Todo el mundo ama a Isabel descubrirá que no habla tanto de la mujer fatal como del curioso efecto que le hace a la biología impresionable de los varones heterosexuales el personaje en cuestión. Eso es lo que me interesa. Para canciones destinadas a una figura tan mastodóntica y arrogante como Loquillo, el tema estaba muy bien porque lo hacía vulnerable y más polifacético. Pero a mí, personalmente, el tema de la mujer fatal no me preocupa especialmente.
P. Si no me equivoco, usted apoya Unión Progreso y Democracia (UPyD), compuso el himno de este partido y también de Ciutadans. Algunos fans se sorprendieron ante estas afinidades. ¿Qué les diría?
R. Siento corregirle. Yo lo que apoyo es la creación de nuevos partidos que amplíen los matices del arco parlamentario siempre que se presenten con programas sensatos y constructivos. En ese sentido, veo muy bien la creación de UPyD y de Ciutadans, con los que incluso colaboré en las reuniones para su creación. Todo está recogido en mi libro “Historia del hambre y la sed”. Pero no he militado, ni militaré en ninguno de esos proyectos aunque los veo con mucha simpatía y no descarto darles apoyos puntuales. Creo que estos proyectos sirven para evitar que los partidos tradicionales se oxiden y obligarles a estar más pendientes de la realidad de la calle, algo muy importante en este momento en que los políticos tienden a creerse la nueva clase social aristocrática.
P. Nuevas formas de luchar contra el sistema, ¿no?
R. Me interesa eso más que las simples manifestaciones inútiles de pancartita, eslogan y piedra. O el de firmar manifiestos y hacerse el progre mientras se sobrevive pillando becas del sistema. No estaría mal para los jóvenes aprender a meterse en esos mundos de la política hasta cierto punto y aprender sus sistemas para dar sustos a los políticos profesionales de vez en cuando. Ahora puede hacerse y es un gran revulsivo para el apoltronamiento de los políticos oficiales. Yo se lo recomiendo, se aprende mucho, se trabaja en cuestiones organizativas reales, muy tangibles, que enseñan mucho sobre las relaciones humanas, se divierte uno hasta cierto punto y, luego, puede uno volverse a los libros o a lo que quiera, pero ya no vuelve a ser nunca tan manipulable por la propaganda institucional o alternativa. Eso se acerca mucho a la idea que yo tengo de lo cívico. Hacernos lo más directamente responsables de nuestras vidas dentro de lo posible. Veo con mucha simpatía al votante independiente. Ese que no se casa con nadie, que no cree en un partido como quién cree en una religión y que dará o retirará su voto según el trabajo, la sensatez o la estupidez de cada propuesta. El día en que empecemos a definirnos no como de izquierdas o derechas sino como independientes frente a cada proyecto concreto habremos dado un gran salto en la madurez política y civilización definitiva de este país que tiene una historia democrática y una práctica del debate aún muy joven todavía.